La historia cuenta con muchos personajes importantes y memorables que se han atrevido a dejarse seducir por la gloria guerrera, el valor impetuoso, el amor misericordioso, e incluso por la fiebre megalomaniaca. Sin embargo, no es este el caso de este genio. Este genio, se adentra en terrenos oscuros y escabrosos, aceptando sus características y viviendo con ellas, desenvolviéndose con maestría en el difícil escenario de la Francia de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Intriga será su apellido, y utilizará la mentira como herramienta para sus sucias manipulaciones a lo largo de la Revolución Francesa, la caída de Luis XVI, el ascenso y caída del radicalísimo Robespierre, el ascenso de Napoleón como líder de la república y su degeneración en el imperio Napoleónico hasta sobrevivir incluso al propio Napoleón Bonaparte y dirigir la historia hacia el regreso de Luis XVIII y la restitución de la flor de Liz, es decir, del regreso de la monarquía. Parece sencillo explicado de manera rápida en un párrafo de unos cuantos renglones, pero lo asombroso de este personaje logra comprenderse al conocer la violenta situación de la revolución francesa, donde la guillotina se eleva poderosa y omnipotente sobre las agitadas almas francesas. Las figuras políticas del tiempo, viven con los nervios de punta, tensos y temerosos segundo a segundo, pues quien hoy es admirado y aplaudido, mañana puede estar dando sus últimos temblorosos pasos camino a la cruel guillotina, observado por muchos ojos confusos y sedientos de sangre, pues así se perciben las personas protagonistas de los movimientos políticos de la época, donde incluso los héroes puros y valientes son sacrificados, confundidos, ante el pueblo. Cientos de personajes caen, lo mismo que sus cabezas, en este aparente caos caprichoso. Pero solo uno se mantiene en alto (Sin contar a su fiel enemigo Talleyrand): Joseph Fouché, quien será el duque de Otranto. Para quien no existe un mejor partido al cual aferrarse y defender más abiertamente que el de la mayoría.
Primeros años
Nació el 31 de Mayo de 1759 en el puerto de Nantes, hijo de familia de marineros y mercaderes. Nada especial. Nadie apostaría a que esta persona común y corriente llegará a desempeñar una serie de cargos que tocarían y durante breve momento dirigirían los hilos de la historia. Como joven, pronto desarrolló cualidades que no eran naturales para el liderazgo, como flacura, rostro pálido y feo y una tendencia natural hacia permanecer en la sombra, disimulado pero atento a los más finos detalles de lo que ocurre. Y ya que en ese tiempo las puertas para la pujante burguesía (comerciantes, propietarios, etc.) aún se encuentran cerradas, siendo solo el nacimiento noble el medio para asegurarse el acceso a los cargos importantes del momento, Joseph Fouché entra en la Iglesia. Única institución que le brinda la esperanza de un porvenir más brillante que las posiciones opacadas por la aristocracia. Sin embargo, aún con esperanzas de un posible ascenso futuro, no se compromete, siendo esta característica la que le acompañará toda su vida. No toma, pues, ningún curso de acción definitivo. Símplemente se encuentra en la escena, esperando en la oscuridad. En la seguridad del no protagonismo. En palabras de Stefan Zweig: “Ni siquiera con Dios se compromete Joseph Fouché a ser fiel para siempre”.
La naturaleza de Joseph Fouché
Es durante su juventud y etapa como profesor de matemáticas y física, donde realiza el proceso de autoconomiento y aceptación de su condición. Sabe que no es la figura protagónica por excelencia. Sabe que sus habilidades innatas no corresponden con el brillo del líder, del defensor apasionado de una causa, sino más bien con la sombra del conspirador, del traidor perfecto y del individuo cuyo único bienestar que realmente importa es el suyo. Tales individuos existen y es el ejemplo perfecto y consumado de esto. Aunque para ser justos, esta condición se acrecentaría al probar el olvido y la pobreza después de conspirar y acabar con Robespierre, el hombre que hizo del miedo puro, la manera de gobernar. Quien probablemente serviría de ejemplo para Stalin en la Rusia comunista.
Sin embargo, no debe confundirse a Joseph Fouché con una persona pasiva. Tras su figura se esconde una activísima energía que prefiere trabajar bajo la tierra, en la seguridad de la sombra. Usando múltiples formas y adaptándose rápidamente a los cambios de la historia. Su labor es intensa y tenaz, pero de naturaleza discorde y maligna, intrigosa y traicionera.
El ascenso de Joseph Fouché
Encerrado en los conventos donde imparte sus cátedras de ciencia, Fouché acrecenta más sus características innatas. Diez años pasan y aún no se resigna al servicio religioso de por vida. Es por eso que cuando se huele el aroma del cambio político, manipula su situación con su aún limitado poder para ser electo diputado de la Convención, de la región de Nantes. En esta etapa, se casa con una mujer fea pero de buena posición en la burguesía, pues es lo que más sirve a sus fines. Luego de ser electo diputado, tira definitivamente los hábitos del convento. Más adelante, saqueará iglesias y destruirá imágenes cristianas al por mayor y se declarará como el más radical de los radicales (mientras la tendencia se oriente hacia esa dirección, por supuesto), humillando y ofendiendo al cristianismo, este Mitralleur de Lyon (sobrenombre que le vendría después por las ejecuciones ya no con guillotina sino con cañones sobre grupos de pocos cientos de personas). Pero por ahora solo tira los hábitos.
Entre moderados y radicales
La revolución estalla y Robespierre asciende en carrera meteórica para hacerse con un poder que en poco tiempo será casi absoluto, no porque esté definido legalmente así, sino por los truenos de su discurso que son apoyados por la terrorífica y aceitada guillotina. Existen dos grupos ahora en la convención: los radicales (donde está Robespierre) y los moderados (donde astutamente toma lugar Fouché, dándose cuenta de que es el más numeroso y aparentemente más poderoso de ambos). Durante este período, se agrega a los moderados, ganándose la enemistad a muerte de Robespierre, el radical extraordinario que se pavonea orgulloso de ser obstinado y severo. Llegado el momento deberá elegir ahora entre votar por la vida o la muerte del rey. Llega el día de la votación y Fouché, fiel a su caracter no se arriesga a permanecer fiel a la “causa moderada”. No, eso sería demasiado pasional, demasiado humano, el defender una causa. Por eso, no duda en traicionar abiertamente a su grupo moderado y escoge la causa digna de su fidelidad: la de la mayoría, que en este momento es la radical, debido a que éstos han alborotado a las masas francesas haciendo que los moderados tiemblen de miedo ante el violento pueblo. La mort pronuncia Fouché ante los miembros de la convención que alcanzan a oírle. Desde este momento se convierte en feroz radical, habiendo clavado la daga impredescible en la espalda de los moderados. De momento los radicales se tragan la farsa y acogen a Fouché, mas solo uno permanece consciente de la verdadera naturaleza de este sucio e inconstante, de este espíritu torcido y hábil: Maximiliano Robespierre, quien no le cree en absoluto sus juramentos y decide traerlo vigilado como quien descubre una serpiente en su jardín. Mientras tanto, rueda la cabeza de Luis XVI.
Joseph Fouché: Mitralleur de Lyon
Después de haber traicionado a su partido, en parte por ser testigo de la ira encendida del pueblo, en parte por contar los votos a favor de la muerte del rey, decide ser parte de los doscientos diputados que son asignados por todo el territorio Francés, pues la convención se ha dado cuenta de que París vive una realidad y en provincia se vive otra. Las comunidades provincianas están todavía bajo influencia realista, de manera que los mandatos revolucionarios de París llegan transformados por cuantas manos han de pasar. Será uno de los hombres encargados de hacer que la revolución se sienta no solo en París sino en toda Francia y dado que el poder radical se ha establecido por encima del moderado, se convertirá en una figura importante dentro del partido radical. En provincia, tiene poderes ilimitados por orden de la convención, truena en discursos, acusaciones e intrigas, prometiendo violencias sangrientas pero aún así sin derramar ni una gota del vital líquido. Es en este momento, donde decide demorar la acción que respalde sus palabras haciendo gala del ateísmo extremo, radical y violento. Las iglesias cristianas son saqueadas, los ídolos destruidos y en general todos los símbolos de la fé cristiana son humillados y pisoteados vergonzosamente dando paso a que finalmente el estado consiga desprenderse de la iglesia definitivamente. Finalmente, es de los primeros en entregar cuentas en oro a la convención, sabiendo que las palabras se las lleva el viento y que incluso las cartas escritas ya no cuentan con el valor que tuvieron en el momento.
Ahora surge en el clima revolucionario un asunto oscuro y escabroso. Chalier, un líder puro, idealista y decidido cae víctima de los realistas de Lyon, en un brutal espectáculo de guillotina de hoja roma. Stefan Sweig describe la figura de Chalier así:
“uno de esos hombres singulares que surgen a la superficie en todas las transformaciones mundiales, uno de esos seres puros, idealistas y creyentes que suelen causar con su fe más mal y derramar más sangre con su idealismo, que los más brutales políticos y los más feroces tiranos”.
Los reaccionarios de Lyon, después de derramar la sangre del peligroso Chalier, deciden enfrentarse abiertamente a París, a la convención. En París los líderes de la convención, decididos y radicales al fin, optan por hacerles frente, no importando los demás frentes en que tienen que combatir contra las potencias extranjeras. Sin embargo, los reaccionarios son vencidos, y la alegría de la victoria, en manos radicales pronto se torna en odio y en deseos de sangriento castigo ejemplar. ¡Los enemigos de la libertad abrán de sufrir el sable revolucionario, se arrepentirán de atentar contra la revolución! Ardiente el odio, la convención decide castigar a la segunda capital de Francia con la destrucción total. Sólo las viviendas de los revolucionarios serán respetadas, Lyon como se conoce dejará de existir. Las ejecuciones que seguirán a esta destrucción son obvias. Couthon es elegido para la tarea, pero reconociendo que es una verdadera tontería, decide “medio” llevarla a cabo, sin hacer nada comprometedor. Pronto, el gran radical Fouché es llamado a escena. Comienza su labor en una fantasmagórica misa negra en plena luz del día con motivo del funeral de Chalier. Después junto con Collot d’Herbois, se recluye en una casa apartada y a puertas cerradas comienzan con la terrorífica tarea de administrar las sentencias de muerte. Es por esto que será conocido como el mitralleur (ametrallador) de Lyon. Según él, la guillotina funciona demasiado lento y decide formar grupos compactos (de cien o doscientos) y ametrallarlos con los cañones… para agilizar el proceso.
De esta manera cumple con los objetivos de la convención, siendo al principio bien aceptado por los radicales. Sin embargo, el clima cambiante de la revolución amenazan con retirarle el apoyo y talvez en un futuro cercano, darle la espalda abiertamente y ¡ejecutarlo también! Robespierre está detrás de todo este clima voluble y dado que ha elegido como enemigo a Fouché, éste hace bien en preocuparse. Los habitantes de Lyon se han quejado moderadamente de la labor del Mitralleur de Lyon, pero éstas han pasado casi desapercibidas dejando entrever que existe malestar en el pueblo. Consciente de que el clima está cambiando a causa de Robespierre, hace gala de su conocida traición e inicia una labor acusadora en contra de los ejecutores de sus órdenes y ahora reprende duramente a los radicales, esconde los cañones y saca la vieja guillotina, que a lo mucho quita unas dos o tres vidas por día. Los habitantes de Lyon, ahora en lugar de ver a un demonio radical enfurecido ven a un salvador. A plena luz del día comete el cambio oportuno de posición, el doble juego, de manera de que si los radicales están en el poder no le podrán reprochar nada al Mitralleur de Lyon, y si sucede lo contrario, exhaltará su historia de salvador y de “radical moderado”, de querer parar las ejecuciones y salvar la ciudad.
Joseph Fouché contra Robespierre
En 1794, en dicho ambiente de tensión, es llamado a París a rendir cuentas por la Comisión de Salud Pública. Ahora el victimario se encuentra cerca de ser victimado. Robespierre le reprende como quien le avienta una pedrada a un perro. Dura y sécamente lo expone con todo el poder de su oratoria y le recrimina las matanzas de Lyon. Fouché, sabedor de su posición, calla y acepta el castigo. Sabe que no tiene caso entrar en lucha abierta contra Robespierre. Hace uso de su incansable energía subterránea, mueve influencias, intriga, asusta, indispone… todo en la seguridad de la sombra. Finalmente, es nombrado presidente del club de los jacobinos, nombramiento que le granjea un gran poder y posición. Robespierre palidece de rabia y pavor al mismo tiempo. El pobre despojo que hace días reprendía como a sabandija cualquiera ahora es una potencia digna de competir con él ¡Con Robespierre! ¡El espíritu recto e incorruptible de la revolución! No tarde mucho en sacarlo de la presidencia del club de los jacobinos. Robespierre sabe que debe aniquilarlo como de lugar y no duda en usar todo su poder contra él. Ahora está a su merced, casi aniquilado, pero aún no vencido y en un último astuto esfuerzo, utiliza una herramienta que se ha vuelto extremadamente poderosa: el miedo a Robespierre. Tantas emociones ha movido Robespierre después de cientos de ejecuciones, tantos nervios ha destrosado y lo sigue haciendo pues no hay persona que se encuentre tan límpia y recta como él. Joseph Fouché descubre esto y comienza su tenaz labor de intriga. Visita casas y oficinas, diciendo a diestra y siniestra ¡tu estás en la fila de la guillotina! ¡tú eres el que sigue! Y así continúa su labor oscura, cobarde… y efectiva. Ahora Robespierre ha ido demasiado lejos y el que es temido por muchos debe temer a muchos. Pronto se conforma una resistencia, un grupo de valientes (entre los que por supuesto, no está el nombre de Joseph Fouché) que decide poner término al reino de terror que ha implantado Robespierre. Finalmente Robespierre cae ejecutado y él, ya como figura gastada, cae en el olvido y solamente la vida se lleva. Deberá de vivir como pueda durante aproximadamente tres años, antes de que vuelva a entrar en la escena política y durante este duro período de pobreza y deshonor, Fouché se vuelve más duro. Desde ahora, luchará como nunca por la propia conveniencia y después del poder, será el dinero su meta principal, lo que conseguirá en su estilo desleal, traicionero y político perfecto.
Joseph Fouché y Napoleón
Después de los tres años de “destierro en la pobreza y el olvido” es contactado por Barras, quien funge como ambicioso ministro y le pide que ejerza la labor de espionaje. Ahora Fouché, quien tiene una habilidad innata para ello, trabaja en la labor que desempeñará el resto de su vida. Pronto demuestra su utilidad y no pasa mucho tiempo antes de que sea nombrado ministro de policía y cree una maquinaria fina y exacta de espionaje que le de cientos de ojos y oídos a lo largo y ancho de Francia. Es en este período un hombre poderoso, más incluso que en los tiempos en que era más conocido como Mitralleur de Lyon. Durante el ascenso de Napoleón al poder, le da claras pruebas a éste de su utilidad, al relatarle más exactamente que nadie la posición social y de poder de París. Napoleón lo mantiene como ministro de policía pero pronto se crea una tensión entre ambos, producto de una campaña fallida de éste, donde ni tardo ni perezoso ya empezaba a conspirar e intrigar. Napoleón ahora sabe que no puede confiar en él, además de que reconoce que se ha vuelto especialmente poderoso. Luego decide quitarle el puesto del ministerio y sabedor de su nuevo amante llamado dinero, consigue que Fouché sienta suave el destierro al ofrecerle millones y un título noble: El duque de Otranto. Así quedará definida su relación, en un estira y afloje donde Napoleón descargará su ira sobre Fouché, llamándole traidor y éste le responderá “No soy de esa opinión”, con una frialdad y serenidad propia de la persona que está acostumbrada a los nervios de la intriga y la mentira. Finalmente después de Waterloo, utilizará nuevamente sus tácticas subterráneas y ganará muchos aliados temporales que lo ayudarán a obstaculizar a Napoleón de su ansia guerrera y obstinada. Una Francia ya cansada de los inagotables ríos de sangre y el espanto grotesco de la guerra apoya a Joseph Fouché. Nuevamente será visto como una figura benevolente, más no por mucho tiempo. Después del destierro de Napoleón, adopta astutamente el nombramiento de presidente de la convención y después de tantos años de duro trabajo (se dice que trabajaba 10 horas diarias) alcanza la cima del poder.
Fragmento de una dura reprensión de Napoleón a Joseph:
Tome aquí este cuchillo y clávemelo en el pecho; eso sería más leal que lo que usted hace. Estaría en mis manos mandarle fusilar y todo el mundo aprobaría ese acto. Pero si usted me pregunta por qué no lo hago, yo le diré que porque le desprecio, porque no pesa usted una onza en mi balanza.
Joseph Fouché reinstala la monarquía
Es cierto que Joseph Fouché está instalado cómodamente en el poder, pero sabe que pronto tendrá que elegir en quien depositarlo nuevamente pues las presiones del cargo son muchísimas y como figura de oscuridad que es, busca instintivamente la seguridad de tener un hombre al frente, un amo que le permita nutrirse del movimiento del poder que éste ejerza. No puede elegir peor figura que Luis XVIII a quien le vende el trono por su permanencia como ministro de policía (se aferra al poder con garras de hierro). Así califica Stefan Zweig el destatinado movimiento de Joseph:
Devolver a su antiguo soberano la Francia vencida hubiera sido, en ese momento, una verdadera hazaña política, acertada y audaz. Pero hacerse pagar esta acción con la propina de un puesto de Ministro del Rey fue una vileza y fue algo peor que un crimen: fue una estupidez.
Durante un tiempo las cosas marchan, sin embargo, la nobleza y el rey, no olvidan que Joseph apoyó la muerte de su hermano Luis XVI, ¿Acaso estaba loco al pretender la aceptación realista del más radical de los radicales, de aquel que rabiaba contra los moderados y que cuyos delgados labios pronunciaron “La mort” en aquella época del regicidio? ¿O talvez estaba tan embriagado de audacia y éxito que su perspectiva fue nublada? Por las razones que fueran, no tarda en encontrar enemigos que urgen al rey a que destierre al infeliz. La vieja fama de Mitralleur de Lyon es recordada oportunamente y como propaganda militar se toma como bandera para atacar a Joseph. Al poco tiempo es desterrado y bien pronto se da cuenta de que sus amigos en toda Europa le dan la espalda, pues se ha vuelto demasiado hábil, demasiado peligroso como portador de una intriga sin fin, cuyo único objetivo parece ser la deliciosa intriga misma, la cual este individuo disfruta como un gran juego global. En el destierro es ahora vigilado por cientos de ojos y oídos y poco alcance y poder tiene ya este genio político traicionero. Muere el 26 de Diciembre de 1820 en la ribera triestina.