Biografía de Federico I Barbarroja

Federico I Barbarroja

Federico I barbarroja nació probablemente en Waiblingen en 1125 y fue un gran rey de Germanía y emperador (1152-90). Fue el segundo monarca de la dinastía Hohenstaufen y el más prestigioso de los soberanos germánicos de la Edad Media.

Fue designado rey en Marzo de 1152, pocos días después de la muerte de su tío Conrado III, cuyo reinado se había caracterizado por las luchas entre su linaje (el de los duques de Suabia) y los Welf o güelfos, duques de Sajonia-Baviera, y por un eclipse de la acción imperial en Italia. En estas condiciones, Federico barbarroja, descendiente de los Welf por línea materna, aparecía como conciliador. Aportó un programa muy ambicioso, cuya intención fundamental era la restauración de la dignidad imperial en todo su esplendor. Se proponía pacificar Alemania e imponer a los italianos el respeto a su soberanía, incluso al precio de duras luchas, y se lanzó en seguida a la realización de sus proyectos.

En Alemania se reconcilió con Enrique el León, jefe de los Welf, restituyéndole Baviera, que antes le había sido arrebatada, e inauguró una política de entendimiento y colaboración con la más alta nobleza (Alberto el Oso, Enrique Jasomirgott).

Se interesó por los asuntos de Borgoña, tercer estado del imperio, donde halló algunos apoyos después de su casamiento con Beatriz, heredera del conde Reinaldo III de Borgoña. Negoció un tratado con el papa Eugenio III, a quien prometió ayuda contra los romanos sublevados y contra Sicilia (Tratado de Constanza), a cambio de ser coronado emperador lo más pronto posible; recibió la corona imperial de manos de Adriano IV en junio de 1155.

Sin embargo, las medidas autoritarias de Federico barbarroja para Italia del Norte y el desenfado con que acogió ciertas recriminaciones de la Santa Sede hicieron que ésta concluyese un acuerdo con Sicilia que ponia en entredicho el Tratado de Constanza. Desde 1158, después de la Dieta de Roncaglia, en la que formuló la lista de los derechos soberanos que pensaba ejercer sobre las ciudades de Italia del Norte, también entre los italianos se manifestó una fuerte oposición hacia él. El conflicto con el Papado estalló en 1159, cuando varios cardenales afectos a la causa imperial se negaron a reconocer al nuevo Papa, Alejandro III, y eligieron un antipapa, Victor IV, al que Federico dio su adhesión.

Más tarde, convencido de que existía un acuerdo entre Alejandro III y Milán, intervino militarmente y arrasó Milán en 1162, ciudad con la cual tenía problemas desde hace tiempo. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos y de algunos éxitos indiscutibles, el partido del Papa, quien ya en 1160 lo había excomulgado, continuó siendo fuerte, apoyado por Francia, Inglaterra y Sicilia. En 1167 el emperador Federico consiguió un gran triunfo al apoderarse de Roma, pero a los pocos días una epidemia asoló su ejército y se vio obligado a evacuar la península, mientras una veintena de ciudades italianas se agrupaban en la liga lombarda, creando así lo que más tarde habría de ser el partido güelfo, antiimperial, opuesto al partido gibelino.

Pasó varios años en Alemania dedicado a reorganizar sus tropas y volvió a tomar la iniciativa en 1174, más en 1176 fue derrotado por la Liga en Legnano.

Entonces tuvo que tratar por la vía diplomática con todos sus enemigos: Solicitó el perdón del Papa y le reconoció oficialmente como tal (Venecia, 1177), después firmó una tregua de seis años con los lombardos y otra de quince con el rey de Sicilia.

Sin embargo, este fracaso no lo desanimó, tanto menos cuanto que conservaba en la Italia Septentrional y Central sólidas posiciones, adquiridas durante los años precedentes, y emprendió sistemáticamente una nueva política, fundada más en la negociación que en el empleo de la fuerza. No obstante, en Alemania tuvo que proceder duramente contra Enrique el León, que le había negado su ayuda tras la derrota de Legnano; lo llevó ante los tribunales en 1179 y logró la confiscación de todos sus feudos y le obligó a exiliarse en Inglaterra.

Poco después, a pesar de una sublevación fomentada por el arzobispo de Colonia, el reino recobraba la calma. En Italia llegó a un acuerdo con las ciudades lombardas mediante un hábil compromiso que le convertía en árbitro de sus querellas (Tratado de Constanza, 1183) y se reconcilió con Sicilia casando a su hijo y heredero, Enrique VI, rey de Alemania asociado desde 1161, con Constanza, heredera de aquel reino.

La Santa Sede, inquieta a la vista de todos estos manejos, que la aislaban y la bloqueaban en el centro de la península, intentó varias veces protestar (caso del papa Urbano II), pero sin disponer de los medios necesarios para reanudar el combate. Al enterarse de la toma de Jerusalén por Saladino (1187), él, que era profundamente creyente, decidió encabezar la tercera cruzada, que había de señalar la apoteosis de su reinado; Federico la preparó minuciosamente y partió en mayo de 1189, luego de entregar a su hijo el gobierno del imperio Germánico. Camino de Jerusalén, en Asia Menor, halló inesperadamente la muerte al ahogarse en el río Cydnos el 10 de junio de 1190, mientras que para alivio de Saladino su ejército se disolvió y regresó a sus tierras.

Federico barbarroja había llevado a cabo una obra considerable; sobre todo había dado al imperio un prestigio inigualado y una vocación germánica (Alemania era la pieza maestra del mismo) que jamás tuvo en ningún otro reinado. Logró que los diversos príncipes del país colaborasen activamente en favor de una misma causa y tomaran conciencia de su solidaridad aristocrática nacional. Finalmente, en Italia nunca fue tan fuerte el dominio alemán como bajo su dominio.

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